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«Zona de bajas emisiones» (por Luis Peñalosa)

El establecimiento de la Zona de Bajas Emisiones (ZBE) en el recinto amurallado de Segovia es una buena noticia para su supervivencia y la de sus habitantes. Sin embargo, las medidas necesarias para su implantación serían ahora mínimas si durante los últimos veinte años, con lógica y realismo, se hubieran ido tomando decisiones para racionalizar la movilidad motorizada en esa zona, como algunos con más visión de futuro pedíamos insistentemente.

No es que fuéramos más listos, simplemente estábamos libres de ese prejuicio, tan perjudicial para la calidad de vida en las ciudades, que considera el uso del automóvil privado por encima de cualquier otro derecho, cuando existen alternativas mucho más ventajosas.

Es evidente, salvo para los obcecados, que si atraemos a los coches al centro de las ciudades estaremos engañando a los conductores, porque siempre será mucho mayor la demanda que la oferta y lo único que conseguiremos es volverles locos buscando dónde dejar el coche y de paso envenenarles con los gases de escape. Y, lamentablemente, esto último afecta también, como el fumar, a los no adictos. No me puedo creer que ninguna de las pasadas Corporaciones haya sido consciente de la urgencia de restringir el acceso a lo que se propone ahora como ZBE a los vehículos ajenos al mismo, (a excepción, lógicamente, del transporte público, incluidos los taxis, y los servicios necesarios para la actividad asistencial, comercial, industrial etc).

Me da la impresión, sin embargo, por lo que he seguido en los medios de comunicación, de que sigue faltando decisión y que se siguen buscando pretextos para dilatar las medidas lo más posible, por no enfrentarse a quienes se oponen a cualquier cortapisa al uso del coche, por muy racional e inevitable a largo plazo que sea.

Esos que dicen que no se puede convertir la ciudad antigua en un museo, son precisamente los que se oponen a que se apliquen medidas que lo eviten, medidas que faciliten la vida a sus habitantes. Por ejemplo, el facilitar aparcamiento en superficie relativamente cerca de sus viviendas, lo que actualmente es muy difícil y prácticamente imposible en fin de semana, a pesar de pagar la tasa de zona ORA. Algo que se conseguiría prohibiendo la entrada a los foráneos no necesarios, con lo que, paralelamente, se reduciría drásticamente la contaminación, sin otras medidas restrictivas para los residentes.

En el primer Ayuntamiento democrático, con el alcalde López Arranz a la cabeza, se implantaron una serie de medidas para acabar con la ley de la selva que era entonces, con un parque de vehículos muy inferior, el tráfico en la ciudad. No hicieron falta grandes y caros “Planes de Movilidad”, pero si decisión y realismo. En un plazo brevísimo se elaboró y se puso en marcha la regulación del aparcamiento (ORA) en el cogollo administrativo del recinto amurallado, donde hasta entonces muchísimos funcionarios venían a trabajar en su coche particular y desde primera hora de la mañana ya ocupaban, durante toda su jornada de trabajo, las plazas de aparcamiento más próximas a los centros oficiales, impidiendo el posterior acceso de los administrados a ellos.

Más tarde se fue ampliando centrífugamente este sistema a otras zonas de la ciudad, facilitando la movilidad es su interior. Por supuesto, en un principio, hubo fuerte oposición de algunos sectores económicos y ciudadanos, pero ahí están los resultados. Desgraciadamente, ahora parece que la solución va a ser llevarse a los funcionarios al extrarradio, en lugar de eliminar los coches, contribuyendo un poco más a la desertización del casco histórico.

Un siguiente paso transcendental fue el corte de tráfico bajo los arcos del Acueducto. Nuevamente los que hablan de progreso pero siempre van en sentido contrario como se acaba demostrando con el paso del tiempo, hicieron campaña en contra. Pero afortunadamente, el entonces alcalde, Ramón Escobar, tuvo el arrojo, sobre todo frente a sus teóricamente seguidores, de eliminar los miles de motores que diariamente vomitaban sus humos junto al monumento.

Hoy la situación ha mejorado mucho con la construcción de aparcamientos subterráneos a ambos lados del acueducto y, en el recinto amurallado, el de las Oblatas. Incluso podría recuperarse el de la calle de Colon. Pero es imprescindible intervenir con decisión en el casco intramuros no solo por la contaminación y el deterioro que origina el tráfico, sino por la supervivencia del mismo como núcleo habitado.

Otra medida básica es mejorar el transporte público, renovando los autobuses que acceden al mismo con otros de menor tamaño y con sistemas menos contaminantes y, por supuesto, con precios reducidos; al contrario de lo que se ha hecho recientemente.

Finalmente, se precisa, sin dilación un ascensor que permita la subida y bajada desde el barrio de san Millán al Paseo del Salón, olvidándose del aparcamiento subterráneo en esa zona, que, además de no estar justificado, lo que conseguiría es aumentar la contaminación que, precisamente, se quiere reducir.