«Jueces presuntamente inocentes» (por Luis Peñalosa)
Decididamente, soy hombre de poca fe. No creo en dioses ni en otros sujetos de adoración, plenamente consolidados entre humanos de los más variados pelajes y colores de piel a lo largo de nuestra existencia conocida. No los veo necesarios ni útiles para el progreso de la humanidad, sino más bien todo lo contrario.
En cambio, pienso que la evolución de la especie humana ha ido desarrollando capacidades intelectuales que nos van permitiendo crear herramientas para conocer nuestro universo, sin límites, adaptarnos a sus leyes y protegernos de sus amenazas. Y así seguiremos, si una catástrofe como la que originó la desaparición de los dinosaurios, hace millones de años no lo impide, en cuyo caso habría que volver a empezar. Naturalmente admito que haya quien piense que esto se arreglaría con un nuevo ejercicio de Creación, con intervención de sus dioses respectivos, pero yo no me fío.
También es verdad que las herramientas que vamos construyendo pueden llegar a acabar con la vida en nuestro planeta si, movidos por tentaciones supremacistas, perdemos el sentido de supervivencia que nos protege de nosotros mismos. Ejemplos de amenazas de este tipo tenemos todos los días.
Por eso tenemos que trabajar sin descanso en organizar nuestras sociedades con fundamentos de igualdad y justicia social, creando democráticamente las instituciones necesarias para ello.
Aquí llegamos al Estado de Derecho y la tan manida separación de Poderes, que es algo sin duda necesario, pero debemos de ser conscientes de las dificultades de aplicación objetiva. Y, otra vez, se nos pide que aceptemos, sin más, que los jueces son independientes de cuestiones ideológicas (o de otro género) a la hora de dictar sus sentencias. Yo, que como digo soy hombre de poca fe, no me lo creo y aunque admito la presunción de inocencia, también de los jueces, exijo que demuestren su imparcialidad. Y, francamente, se me hace muy difícil admitirla en muchos casos.
En nuestro país la izquierda ha sido perseguida judicialmente con saña y evidente parcialidad, sin fundamento, como se ha demostrado a posteriori. Por ello, creo que estamos legitimados para dudar de esa imparcialidad que debemos exigir al poder judicial. Y no solo es cosa nuestra: ahí tienen a González Pons prejuzgando al Tribunal Constitucional y a su presidente, Conde Pumpido, sobre su posible pronunciamiento acerca de la Ley de Amnistía. ¡Qué cara más dura!
El caso último, protagonizado por el juez Peinado, irrumpiendo intencionadamente en la campaña electoral europea es verdaderamente escandaloso. ¿Tenemos que presumir su inocencia?, o sea, ¿que no hay intencionalidad política en su actuación procesal? ¡Venga ya, no se puede uno pasar de inocente! Y son estas actuaciones procesales previas a cualquier sentencia las que se utilizan con demasiada frecuencia, por parte de algunos jueces militantes, para dañar a sus adversarios ideológicos. Lo que ocurra después ya no les importa: su fin está conseguido.
Desgraciadamente, los órganos que podrían corregir estas actuaciones espurias, como el Consejo Superior del Poder Judicial, se encuentran en situación de ilegalidad por no querer perder su capacidad de influencia claramente ideológica.
Y la oposición política, con Feijoo a la cabeza, intentando aprovecharse electoralmente de cualquier circunstancia que, en cada momento, consideren útil publicitariamente. Lo demás no existe. Lamentable.
No sé quién saldrá beneficiado a la postre, si el PP o el PSOE (o VOX), en esta batalla publicitaria en la que se han metido, pero es evidente que el juez Peinado ha conseguido su objetivo de intervenir en la campaña electoral al Parlamento Europeo, presumiendo su “inocencia”. Como propugna el apocalíptico Aznar: ha hecho lo que ha podido… Menos mal que aún nos queda el consuelo de pasar el fin de semana rezando el Rosario en la calle Ferraz, probablemente con Esperanza Aguirre.